Publicaciones de la categoría: Adjetivos

Aqui tú donación….

Aquí tú donación

El casi siempre impresentable consistorio madrileño, amén de tener el descaro de mendigar de propios y extraños para sostener su megalómano e inconsistente proyecto llevado a cabo en el antiguo Palacio de Correos, pisotea alegremente la ortografía y la gramática española al rotular, en una especie de cepillos estratégicamente diseminados por los espacios del inhóspito y carísimo engendro gallardónico-botellero, «aqui  donación» ¡precisamente para «apoyar este espacio cultural»!

La foto que ampliamos procede del artículo publicado ayer en «El País» digital por Ana García d’Atri (quien, sin embargo, no parece haberse dado cuenta de los disparates, cabe esperar que únicamente por deficiencias visuales y no de formación; y que, además, habla de huchas, cuando lo correcto sería hacerlo de cepillos).

Sólo nos queda recomendar al anónimo responsable cultural de la Cosa de Cibeles que, si hizo novillos el día en que en su escuela se enseñaban los adverbios de lugar y volvió a hacerlos (¡vaya, hombre!) en la clase donde se estudiaba la diferencia entre el  pronombre y el tu adjetivo, se lea por lo menos lo que sobre esta sencillísima cuestión escribió nuestro abuelo Luis Hernández Alfonso en su Defensa del Idioma, y que publicamos en su día en la siguiente entrada. ¡Ánimo, que nunca es tarde! De nada.

Pablo Herrero Hernández

Un error del que bebemos mucho

Un error del que bebemos mucho | Opinión | EL PAÍS.

Álex Grijelmo

Un ramillete de hermosas palabras

…es lo que nos ha dejado —naturalmente además de su interesante y, bajo muchos aspectos, siempre actual contenido— la reciente lectura de la obra de Aranguren titulada Contralectura del catolicismo (Planeta, Barcelona 1978). No nos resistimos a compartirlas con nuestros amables lectores:

misteriosidad, o ‘calidad de misterioso’ (p. 61). Aunque no la registre el DRAE, huelga decir que es plenamente legítima y que está perfectamente construida, como sus otras muchas «hermanas» que sí acoge el diccionario académico (peligrosidad, animosidad, grandiosidad, etc.).

fiducia: «[…] Lutero concibió la fe, de modo unilateralmente personalista, como una relación de fiducia, de confianza y esperanza del hombre en Dios […]» (p. 78). Lo registra actualmente el DRAE como «poco usado», y remite a su —en nuestra opinión— casi sinónimo confianza. Ahora bien: como acertadamente da a entender Aranguren al distinguir en su frase entre fiducia, confianza y esperanza, podríamos definir la fiducia como una confianza inspirada por la fe (la fides latina) o que dimana de ésta; algo distinto, por lo tanto, de la confianza, que, propiamente hablando, puede perfectamente darse también entre iguales.

manido: «[…] ningún otro [novelista] tiene hoy su obra tan madurada, tan a punto, para mi gusto incluso un poco manida (manida, participio del verbo manir) como él» (p. 92). Aquí Aranguren casi podría decirse que nos descubre un sentido positivo de este adjetivo y participio, cuyo uso exclusivamente negativo, como ‘muy trillado’, es —si se nos permite el juego de palabras—, en efecto, manido. Lo interpreta aquí nuestro autor como participio de manir en la 2.ª acepción de este verbo (‘Hacer que las carnes y otros alimentos se pongan más tiernos y sazonados, dejando pasar el tiempo necesario antes de condimentarlos o comerlos’), que es, a todas luces, positiva. Lo emplea, pues, como un sinónimo de decantado, otro bonito adjetivo participial, procedente asimismo del mundo de la alimentación, tan productivo también en el orden metafórico.

enterizo: «Yo no pronunciaré una sola palabra desdeñosa para el eclecticismo, y mucho menos entre nosotros, enterizos e intolerantes hasta el extremo […]» (p. 146). Precioso adjetivo, empleado por Aranguren, en sentido figurado, en su 2.ª acepción (‘De una sola pieza’), y que, por desgracia —como sucede en la frase citada— retrata con cruel fidelidad esa supuesta virtud tan española consistente en ser uno, en sus creencias y opiniones, granítico, inquebrantable, numantino, sosteniéndolas sin enmendarlas, a machamartillo, etcétera: en una palabra, enterizo.

transmundo: «Es verdad que la secularización creciente de la vida tiene, por desgracia, un sentido indiscutible de apartamiento del transmundo y entrega total a la tierra […]» (p. 165). Se trata de un hermoso vocablo para designar el ‘ámbito más allá de la muerte’, claramente infrautilizado frente a otros sinónimos, encabezados por el omnipresente (¡pese al apartamiento lamentado en su día por el filósofo!) el más allá. Aranguren escribe transmundo, aunque la tendencia actual, amparada por el DRAE y por el DPD, parece aconsejar, en este caso, la reducción del grupo consonántico en beneficio de la forma trasmundo.

Pablo Herrero Hernández

Valor, valentía, valeroso, valiente

Una amable lectora, Alicia Moreno Delgado, nos consulta en un comentario a nuestra anterior entrada sobre las posibles diferencias entre valor y valentía y si valeroso y valiente son sinónimos o tienen algún matiz distinto. Añadía que había consultado a este respecto el DRAE y se «había quedado igual que estaba».

Ante todo, y como ya le adelantábamos en nuestra respuesta a su interesante comentario, eso de salir de consultar el DRAE con la cabeza caliente y los pies fríos (por emplear otra expresión popular más o menos análoga) nada tiene de raro, especialmente cuando se pretende comparar palabras etimológica o semánticamente afines: las más de las veces la definición de una incluye la otra y viceversa, por lo que se queda uno enredado en un bucle infinito y sin salida. Otras veces, la pereza de sus compiladores no permite ir más allá de lo obvio.

Vamos a ver si entre tanta confusión podemos arrojar algo de claridad.

Valor: La acepción de este término que aquí nos interesa es la 4.ª de la actual edición del DRAE (la XXII): ‘Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. U. t. en sent. peyor., denotando osadía, y hasta desvergüenza. ¿Cómo tienes valor para eso? Tuvo valor de negarlo’. Conviene subrayar, por un lado, la ambigüedad que dan a valor tanto este sentido peyorativo, muy vivo en el habla popular, como el número de las demás acepciones del término (9 en total, sin contar las específicas de una disciplina o materia).

Valeroso: Interesa aquí su escueta 2.ª acepción: ‘Que tiene valentía‘, lo que hace de este adjetivo prácticamente un sinónimo de valiente.

Valentía: La edición actual da 6 acepciones de este vocablo, de las que sólo la primera puede aproximarnos a lo que buscamos, si bien de manera no totalmente satisfactoria, debido a su patente imprecisión (‘Esfuerzo, aliento, vigor‘). En este caso, sin embargo, parece venir en ayuda del sufrido hablante el avance de la XXIII edición del diccionario académico, que trae como 1.ª acepción el esperado ‘Cualidad de valiente‘. Vamos, pues, a ver qué nos depara este último adjetivo.

Valiente: La edición vigente, en su 2.º acepción, registra ‘Esforzado, animoso y de valor. U. t. c. s.’. Y aquí también, como en el caso de valor, conviene tomar nota de otra acepción, en este caso no abiertamente peyorativa, sino irónica: ‘Grande y excesivo. U. m. en sent. irón. ¡Valiente amigo tienes!’. También respecto a este adjetivo  parece venir en nuestra ayuda el avance de la próxima edición, que incluye, igualmente como 2.ª acepción, la siguiente: ‘Dicho de una persona: Capaz de acometer una empresa arriesgada a pesar del peligro y el posible temor que suscita. U. t. c. s.’.  

Como se verá, en esta última acepción de valiente están presentes prácticamente los mismos elementos que en la de valor antes citada: empresa y peligro. La conclusión lógica, con el DRAE en la mano, es que valor/valentía y valeroso/valiente son parejas de términos prácticamente sinonímicos, cuyo uso por parte del hablante dependerá fundamentalmente de variables como la evitación de las posibles ambigüedades a las que, en determinados contextos, pueden dar lugar, como se ha visto, tanto valor como valiente.

Personalmente, estimamos que, en el uso que de ellos suele hacerse, valeroso/valentía tienen un componente mayor de arrojo y de gallardía, por lo que resultan más adecuados para denotar el valor guerrero o afín a éste, mientras que valiente/valor pueden guardar más referencia con el impulso moral, cívico, etcétera. Pero se trata, en todo caso y a nuestro parecer, de matices muy sutiles y que, como tales, el hablante aplica, en la mayoría de las veces, a su libre albedrío. Razón de más para quedar abiertos, a este respecto, al mejor criterio de nuestros lectores, si es que han tenido el valor suficiente para seguirnos hasta aquí.

Pablo Herrero Hernández

¿Un uso de «anecdótico» no tan anecdótico?

Hace unos días, mientras rellenábamos un formulario en una delegación de Hacienda, tuvimos ocasión de oír un retazo de conversación entre la funcionaria que atendía en la ventanilla y un colega suyo. Hablaba la primera de su sorpresa al descubrir que unos vecinos de los que hasta entonces no tenía demasiado buena opinión se dedicaban a atender a personas en dificultad, y confesaba que dicha dedicación le parecía realmente algo «anecdótico».

Nos pareció raro que eligiese precisamente este adjetivo para subrayar su aprobación de ese hecho hasta entonces desconocido por ella y la importancia del mismo para hacerle cambiar su opinión anterior: para nosotros, el adjetivo anecdótico —aparte de su acepción literal (única que trae el en muchos casos perezoso DRAE) de ‘perteneciente o relativo a la anécdota’, muy poco empleada, por cierto— es sinónimo de irrelevante, secundario, episódico, etcétera, y no, desde luego, de emblemático, sintomático, representativo, ni mucho menos de loable, meritorio o plausible; se deriva este significado, en efecto, de la acepción de anécdota como ‘suceso circunstancial o irrelevante’ (4.ª acepción actual y 3.ª en el avance de la XXIII edición del DRAE).

Nuestro diagnóstico de urgencia —valga la expresión— fue que la funcionaria en cuestión consideraba, efectivamente, anecdótico como sinónimo de determinanterelevante, ignoramos sobre qué base. Y lo creímos, siguiendo con la metáfora médica, un caso aislado hasta que hace unos días volvimos a oírlo en una conversación empleado con ese mismo significado, a todas luces erróneo. ¿Se tratará tal vez de una epidemia en absoluto anecdótica?

Pablo Herrero Hernández

El extraño caso del publicado inédito

La ignorancia lógica y léxica del mundo periodístico español supera cada día barreras que la víspera nos parecían infranqueables. Ayer, sábado, nos desayunamos en «El País» digital con el siguiente titular de una noticia procedente de la agencia EFE, acompañado del correspondiente subtítulo:

InéditoQue un texto definido inédito en 2013 fuera publicado en 1866 se nos antoja una contradicción patente. Lo que a todas luces quiso decir el anónimo redactor de la noticia fue que la poesía en cuestión —seguimos resistiéndonos, pese al criterio académico, a llamar ánglicamente poema a cualquier poesía que no rebase, como mínimo, unos centenares de versos— había pasado desapercibida en las sucesivas ediciones de las Obras Completas de la insigne poetisa gallega, hasta que alguien se ha dado cuenta de la omisión. Pero, propiamente hablando, en ningún caso puede llamarse inédito lo que en su día tuvo los honores de la publicación.

Pablo Herrero Hernández

De nacionalidad magrebí

Nacionalidad magrebí

Estos son el titular y la entradilla que desde primeras horas de la mañana y pasadas ya las 13 horas seguían informando, en la página web de «El País», sobre el lamentable caso del albañil en paro que se prendió fuego en Málaga. De él nos dice el articulista Jesús Sánchez Orellana (¡honor a él!) que era «de nacionalidad magrebí».

Si —como por una vez y sin que sirva de precedente bien dice la Academia— el Magreb es una zona del norte de África en la que se incluyen Marruecos, Argelia y Túnez y, «considerada más ampliamente» (DPD), Libia, Mauritania y el Sáhara, de ahí se desprende que el hombre en cuestión podía ser ciudadano marroquí, argelino, tunecino, libio, mauritano, e incluso —por lo menos virtualmente— saharaui o sahariano, pero en ningún caso «de nacionalidad magrebí».

Es como si dijéramos, por ejemplo, que el brillante autor del artículo de marras es «de nacionalidad ibérica» (adjetivo que, como es sabido, sepultados ya los sueños decimonónicos de fundir en una nación España y Portugal, sólo se emplea actualmente para designar la península homónima y determinados jamones y embutidos que gozan de gran reputación).

Pablo Herrero Hernández

Válido sí, pero también valedero

Creemos que las mismas razones que nos movían ayer a proponer alternar hacedero con viable (y también con factible, según sugiere nuestro colega Julio Juncal) abonan la recomendación de emplear, donde sea adecuado, valedero en vez de válido, tan abusado. Gracias, por otra parte, a nuestro citado compañero por recoger nuestra humilde propuesta en sus «Traslation Notes», recomendando la utilización de hacedero como traducción del inglés doable.

Tampoco vemos obstáculo alguno en el uso de vividero (adjetivo empleado tradicionalmente, por ejemplo, para designar las buhardillas u otros locales que reúnen condiciones para ser habitados) como alternativa al omnipresente habitable.

Pablo Herrero Hernández

¿Viable? ¡Hacedero!

Ante la cansina reiteración del adjetivo viable en todo tipo de textos, y con la excepción de su significado más propiamente médico (‘Se dice principalmente de las criaturas que, nacidas o no a tiempo, salen a luz con robustez o fuerza bastante para seguir viviendo’, DRAE), nos permitimos recordar la existencia —y recomendar el uso— de hacedero, adjetivo de impecable derivación latina primero y castellana después, y empleado en nuestro idioma por lo menos desde el siglo XVI.

¡Triste destino el de este tipo de adjetivos derivados de un verbo, los más de los cuales han desaparecido de nuestro idioma habitual por obsolescencia del objeto que significaban (¡recuérdense las iglesias juraderas!), con poquísimas excepciones, como perecederovenidero —aún usado, si bien escasamente, como alternativa a futuro— y este bellísimo hacedero del que nos confesamos y reconocemos ardientes paladines!

En otra ocasión, con la complicidad del ya vetusto Diccionario de la rima, de Pascual Bloise Campoy (Aguilar, Madrid 1946) —que suponemos nunca imaginó que su sesudo trabajo de 1389 páginas a doble columna sirviera para menesteres tan prosaicos—, nos proponemos traer aquí una lista de dichas reliquias lingüísticas, con la intención, por lo menos, de darles honrosa sepultura, siempre y cuando alguna de ellas no dé indicios de poder ser reanimada e incluso de resucitar a nueva vida, como esperamos, precisamente, sea el caso de hacedero, que ojalá haga honor a su significado.

Pablo Herrero Hernández

Un deslizamiento semántico

Así titula el periodista Iker Seisdedos su artículo publicado hace unos días en «El País» sobre la restauración de un cuadro perteneciente a los fondos del Prado, depositado como tantos otros, durante el siglo XIX, en diferentes lugares —éste en concreto, en una parroquia de la provincia de Almería— y que se unirá en fechas próximas a los demás que se conservan en el célebre museo madrileño de la mano del genio de Pieve di Cadore (cuyo ilustre nombre preferimos escribir, al uso clásico español, como Ticiano, al igual que hablamos de Miguel Ángel y de Rafael).

Evidentemente, si uno consulta las acepciones del adjetivo pródigo en el DRAE (1. adj. Dicho de una persona: Que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón. U. t. c. s. // 2. adj. Que desprecia generosamente la vida u otra cosa estimable. // 3. adj. Muy dadivoso. // 4. adj. Que tiene o produce gran cantidad de algo), descartadas las tres primeras por aplicarse a personas, y no a cosas, tampoco la cuarta puede predicarse de un cuadro.

A todas luces, se ha aplicado el adjetivo pródigo al lienzo de Ticiano calcándolo de la expresión «hijo pródigo», de la tal vez hoy ya no tan popularmente conocida parábola evangélica. En efecto, si para el DRAE «hijo pródigo» es ‘hijo que regresa al hogar paterno, después de haberlo abandonado durante un tiempo, tratando de independizarse’, sí cabe aplicar este adjetivo, por analogía, a un cuadro que «estaba perdido, y ha sido hallado», como dice de su hijo el padre de la parábola lucana (Lc 15, 32).

Con ello se produce un evidente deslizamiento semántico del adjetivo desde las acepciones negativa (‘el que derrocha’) y positivas (‘el generoso, el dadivoso, lo fecundo’) a otra (‘el o lo que vuelve o se recupera tras estar perdido’) cuyo único nexo con los anteriores significados lo da un elemento propiamente extralingüístico: en este caso, el relato evangélico transmitido por Lucas.

Habría que examinar si la frecuencia y la extensión de pródigo en calcos similares del sintagma «hijo pródigo» justificaría la incorporación de dicho significado como una acepción más del adjetivo.

Pablo Herrero Hernández