¿Diptongofobia o hiatofilia?

Hace unos días terminaba el por muchos conceptos célebre concurso ¿canoro? de Eurovisión. Para los espectadores españoles, secundaba al ya vetusto Íñigo en sus funciones de comentarista una joven, a la que imaginamos infeliz becaria. Ésta, al referirse al país que acogía el certamen, siempre lo llamaba, metódicamente, con constancia digna de mejor causa, Suécia, convirtiendo indebidamente en hiato el diptongo. Y ello nos recordaba a otro caso análogo, harto extendido en los medios de comunicación oral españoles, en los que a la actual reina de los belgas se la suele llamar, con ignorancia y terquedad parejas, ya desde sus tiempos princesilesPaóla,  transformando análogamente en hiato el original diptongo italiano (idioma en el que este nombre, salvando la segunda vocal, se pronuncia exactamente igual que su equivalente español, Paula.

Más allá de la ignorancia y de la terquedad a las que aludíamos, el diagnóstico entre las dos tendencias que encabezan este artículo nos parece tan difícil como aventurado. Y acaso inútil.

Pablo Herrero Hernández

Figurados que no figuran (5): ecuador

Ya hemos apuntado varias veces en estas columnas, y señaladamente en nuestra sección «Figurados que no figuran», la increíble o por lo menos difícilmente justificable ausencia, en el Diccionario académico, de los sentidos figurados o metafóricos de determinados vocablos. Hoy reanudamos nuestra actividad con uno más de estos términos: el sustantivo ecuador, en ese sentido figurado tan frecuente que podríamos definir sintéticamente como ‘punto intermedio de un proceso’, como cuando se habla del ecuador de una legislatura o de un mandato, del de un curso académico (se habla incluso, en este ámbito concreto, de «paso del ecuador»), del de un puente o de otro período vacacional, y en mil otros casos afines a éstos. Todo ello añade aún más extrañeza al hecho de que ni la edición actual del DRAE ni el avance de la XXIII registren dicho uso, plenamente legítimo, a nuestro parecer, y enormemente extendido por todo el mundo hispánico. Extrañeza aún mayor si se tiene en cuenta que otros términos pertenecientes, en su sentido propio, a ámbitos afines al del que nos ocupa, como apogeo y cénit, sí tienen debidamente registrado su significado metafórico.

Pablo Herrero Hernández

Aqui tú donación….

Aquí tú donación

El casi siempre impresentable consistorio madrileño, amén de tener el descaro de mendigar de propios y extraños para sostener su megalómano e inconsistente proyecto llevado a cabo en el antiguo Palacio de Correos, pisotea alegremente la ortografía y la gramática española al rotular, en una especie de cepillos estratégicamente diseminados por los espacios del inhóspito y carísimo engendro gallardónico-botellero, «aqui  donación» ¡precisamente para «apoyar este espacio cultural»!

La foto que ampliamos procede del artículo publicado ayer en «El País» digital por Ana García d’Atri (quien, sin embargo, no parece haberse dado cuenta de los disparates, cabe esperar que únicamente por deficiencias visuales y no de formación; y que, además, habla de huchas, cuando lo correcto sería hacerlo de cepillos).

Sólo nos queda recomendar al anónimo responsable cultural de la Cosa de Cibeles que, si hizo novillos el día en que en su escuela se enseñaban los adverbios de lugar y volvió a hacerlos (¡vaya, hombre!) en la clase donde se estudiaba la diferencia entre el  pronombre y el tu adjetivo, se lea por lo menos lo que sobre esta sencillísima cuestión escribió nuestro abuelo Luis Hernández Alfonso en su Defensa del Idioma, y que publicamos en su día en la siguiente entrada. ¡Ánimo, que nunca es tarde! De nada.

Pablo Herrero Hernández

Un error del que bebemos mucho

Un error del que bebemos mucho | Opinión | EL PAÍS.

Álex Grijelmo

Más sobre fiducia y confianza

Si anteayer proponíamos, al hilo de un texto de Aranguren, concebir y emplear el término fiducia como expresivo de la confianza en Dios —distinguiéndola así de la confianza propiamente dicha, que puede darse entre iguales—, una reflexión de esas que la almohada suele traer nos ha sugerido otra posible acepción adicional de fiducia, esta vez en el ámbito de las relaciones humanas.

Nuestra lengua no tiene, que nosotros sepamos, un sustantivo que exprese exactamente la acción y el resultado de fiarse de alguien. Para ello se suele recurrir a confianza, que, propiamente hablando, expresa, sin embargo, la acción y el resultado de confiar en alguien. Ahora bien: a la vista está que no es lo mismo fiarse de alguien que confiar en él: suelen ser muchas más las personas de las que nos fiamos que aquellas en las que confiamos, o, dicho de otra manera, lo segundo implica necesariamente lo primero (evidentemente, no podemos confiar en alguien de quien no nos fiamos), pero no viceversa (no por fiarnos de alguien hemos de confiar necesariamente en él).

Si esto es así, se nos ocurre que fiducia podría ser una buena solución para definir la acción y el resultado de fiarse de alguien.

Pablo Herrero Hernández

Un ramillete de hermosas palabras

…es lo que nos ha dejado —naturalmente además de su interesante y, bajo muchos aspectos, siempre actual contenido— la reciente lectura de la obra de Aranguren titulada Contralectura del catolicismo (Planeta, Barcelona 1978). No nos resistimos a compartirlas con nuestros amables lectores:

misteriosidad, o ‘calidad de misterioso’ (p. 61). Aunque no la registre el DRAE, huelga decir que es plenamente legítima y que está perfectamente construida, como sus otras muchas «hermanas» que sí acoge el diccionario académico (peligrosidad, animosidad, grandiosidad, etc.).

fiducia: «[…] Lutero concibió la fe, de modo unilateralmente personalista, como una relación de fiducia, de confianza y esperanza del hombre en Dios […]» (p. 78). Lo registra actualmente el DRAE como «poco usado», y remite a su —en nuestra opinión— casi sinónimo confianza. Ahora bien: como acertadamente da a entender Aranguren al distinguir en su frase entre fiducia, confianza y esperanza, podríamos definir la fiducia como una confianza inspirada por la fe (la fides latina) o que dimana de ésta; algo distinto, por lo tanto, de la confianza, que, propiamente hablando, puede perfectamente darse también entre iguales.

manido: «[…] ningún otro [novelista] tiene hoy su obra tan madurada, tan a punto, para mi gusto incluso un poco manida (manida, participio del verbo manir) como él» (p. 92). Aquí Aranguren casi podría decirse que nos descubre un sentido positivo de este adjetivo y participio, cuyo uso exclusivamente negativo, como ‘muy trillado’, es —si se nos permite el juego de palabras—, en efecto, manido. Lo interpreta aquí nuestro autor como participio de manir en la 2.ª acepción de este verbo (‘Hacer que las carnes y otros alimentos se pongan más tiernos y sazonados, dejando pasar el tiempo necesario antes de condimentarlos o comerlos’), que es, a todas luces, positiva. Lo emplea, pues, como un sinónimo de decantado, otro bonito adjetivo participial, procedente asimismo del mundo de la alimentación, tan productivo también en el orden metafórico.

enterizo: «Yo no pronunciaré una sola palabra desdeñosa para el eclecticismo, y mucho menos entre nosotros, enterizos e intolerantes hasta el extremo […]» (p. 146). Precioso adjetivo, empleado por Aranguren, en sentido figurado, en su 2.ª acepción (‘De una sola pieza’), y que, por desgracia —como sucede en la frase citada— retrata con cruel fidelidad esa supuesta virtud tan española consistente en ser uno, en sus creencias y opiniones, granítico, inquebrantable, numantino, sosteniéndolas sin enmendarlas, a machamartillo, etcétera: en una palabra, enterizo.

transmundo: «Es verdad que la secularización creciente de la vida tiene, por desgracia, un sentido indiscutible de apartamiento del transmundo y entrega total a la tierra […]» (p. 165). Se trata de un hermoso vocablo para designar el ‘ámbito más allá de la muerte’, claramente infrautilizado frente a otros sinónimos, encabezados por el omnipresente (¡pese al apartamiento lamentado en su día por el filósofo!) el más allá. Aranguren escribe transmundo, aunque la tendencia actual, amparada por el DRAE y por el DPD, parece aconsejar, en este caso, la reducción del grupo consonántico en beneficio de la forma trasmundo.

Pablo Herrero Hernández

¿Gamificación?

Se trata de un anglicismo absolutamente reprobable, ya que, en buen español, gamificación sólo podría significar el proceso de convertirse algo en una gama (¡o en un gamo!). Aunque, dada su difusión, damos ya la batalla por perdida, no por ello vamos a dejar de indicar una alternativa bien construida en nuestro idioma: ludificación, que recurre al latín ludus, cuyo étimo hallamos igualmente en otros términos —todos ellos de moderna introducción— referidos al juego, como lúdico, ludopatía, ludópata…

Es de lamentar, una vez más, que las academias que debieran velar por la lengua española —tanto la de este lado del charco como las del otro—, en vez de tanto mirarse el ombligo celebrando congresos absolutamente innecesarios en los que se repite como una letanía el mantra de la «excelente salud de que goza el español» y se reitera con necio orgullo la clasificación de éste entre las primeras lenguas del mundo (sin parar mientes en su más que comatoso estado), no constituyan comités de intervención urgente para atajar a la raíz la introducción de barbarismos como el que nos ocupa y proponer, recomendar y hasta exigir —por ejemplo en los medios públicos y en los documentos oficiales— el empleo de alguna alternativa sabia y castizamente concebida: es lo que hace, por ejemplo, en Francia su correspondiente academia, a la que deberían mirar nuestros inutilísimos inmortales.

De otra manera, la labor de éstos ante casos como el de gamificación se limita, como siempre, a mirar para otro lado mientras el barbarismo se instala a sus anchas y, una vez asentado y arraigado éste, a entronizarlo con todas sus bendiciones en el templo de la lengua, acompañándolo con la consabida jaculatoria, que viene a ser, sobre poco más o menos, la siguiente: «Empléese esta forma, por ser la más extendida».

Pablo Herrero Hernández

A vueltas… con los catalanismos

No nos cabe duda de que el suplemento Cultura/s del diario barcelonés «La Vanguardia», que solemos leer semanalmente, es el mejor, con diferencia, de cuantos conocemos publicados por los demás periódicos españoles de proyección nacional, tanto por la amplitud, apertura y variedad de sus temas como por el rigor con que suelen tratarlos sus articulistas.

Razón de más es ésta para lamentar que, de vez en cuando y a veces con una frecuencia que resulta llamativa, su versión en lengua española —única que podemos leer aquí en Madrid— adolezca de unos catalanismos que no dejan de resultar chocantes en periodistas y escritores a los que se les supone plenamente bilingües. Por regla general, se trata de calcos sintácticos —de algunos de los cuales ya hemos tratado en estas columnas, aun cuando no citando directamente ejemplos de «La Vanguardia», como todo y que o echar a faltar—, pero tampoco  faltan, de vez en cuando, los léxicos, como el que hoy nos ocupa.

El número 563 del suplemento, correspondiente al 3 de abril del año en curso, trae un artículo, por lo demás muy interesante, de Mary Ann Newman (al no haber mención de traducción, lo suponemos escrito en español en su original o traducido por la Redacción), titulado El arquitecto de Nueva York y dedicado a Rafael Guastavino, justamente célebre por sus impresionantes bóvedas, empleadas en los edificios más representativos de Nueva York y —según nos informa nuestro buen amigo el ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Ramon Gras i Alomà— en hasta ¡mil! edificios oficiales de las principales ciudades de la Costa Este de los Estados Unidos.

Pues bien: una y otra vez la autora del artículo nos habla de «la vuelta catalana», «una vuelta o enladrillado de Guastavino», «una vuelta a escala», «magníficas vueltas de principios del siglo pasado»… Claramente, la volta catalana (el término, por suerte, que no la estructura) le ha jugado una mala pasada, y ha traducido o le han traducido como vuelta lo que en español se llama, propiamente hablando, bóveda, término que, salvo inadvertencia nuestra, no se menciona en ningún lugar del artículo.

No desconocemos que el término español vuelta posee también, según el DRAE, el significado de ‘bóveda, y por extensión techo’, pero se trata, por un lado, de una acepción que ocupa el lugar 28.º en la actual edición del diccionario académico (y la 29.ª en el borrador de la XXIII edición) y que tiene, sobre todo, dos marcas: la de rural y la de aragonesismo (seguramente por influencia, en el habla de aquella región, del catalán —¡perdón!, quisimos decir del lapao—); la propia acepción académica remite al vocablo español bóveda, que es el equivalente exacto de la volta catalana e italiana, de la voûte francesa, de la abóbada portuguesa, de la boltă rumana, y hasta de la vault inglesa y del Gewölbe alemán, con todos los cuales comparte, en virtud de una rara unanimidad, el mismo étimo latino. Existe también en español otra acepción de vuelta, la n.º 24, con la marca de término arquitectónico: ‘curva de intradós de un arco o bóveda’; como la propia definición indica, se trata de una parte de la bóveda —la inferior, cóncava—, y no de la estructura en sí.

No ya en catalanismo propiamente dicho, sino en despiste que sorprende en persona de su cultura, incurre, en el mismo número del suplemento, el culto escritor Sergio Vila-Sanjuán al afirmar, en su artículo Dos tipos de bohemios, que «la bohemia de Montmartre está muy bien plasmada por catalanes: Casas, Rusiñol, Picasso, Pidelaserra, Casagemas, Pichot, etc…».

Pablo Herrero Hernández

Valor, valentía, valeroso, valiente

Una amable lectora, Alicia Moreno Delgado, nos consulta en un comentario a nuestra anterior entrada sobre las posibles diferencias entre valor y valentía y si valeroso y valiente son sinónimos o tienen algún matiz distinto. Añadía que había consultado a este respecto el DRAE y se «había quedado igual que estaba».

Ante todo, y como ya le adelantábamos en nuestra respuesta a su interesante comentario, eso de salir de consultar el DRAE con la cabeza caliente y los pies fríos (por emplear otra expresión popular más o menos análoga) nada tiene de raro, especialmente cuando se pretende comparar palabras etimológica o semánticamente afines: las más de las veces la definición de una incluye la otra y viceversa, por lo que se queda uno enredado en un bucle infinito y sin salida. Otras veces, la pereza de sus compiladores no permite ir más allá de lo obvio.

Vamos a ver si entre tanta confusión podemos arrojar algo de claridad.

Valor: La acepción de este término que aquí nos interesa es la 4.ª de la actual edición del DRAE (la XXII): ‘Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. U. t. en sent. peyor., denotando osadía, y hasta desvergüenza. ¿Cómo tienes valor para eso? Tuvo valor de negarlo’. Conviene subrayar, por un lado, la ambigüedad que dan a valor tanto este sentido peyorativo, muy vivo en el habla popular, como el número de las demás acepciones del término (9 en total, sin contar las específicas de una disciplina o materia).

Valeroso: Interesa aquí su escueta 2.ª acepción: ‘Que tiene valentía‘, lo que hace de este adjetivo prácticamente un sinónimo de valiente.

Valentía: La edición actual da 6 acepciones de este vocablo, de las que sólo la primera puede aproximarnos a lo que buscamos, si bien de manera no totalmente satisfactoria, debido a su patente imprecisión (‘Esfuerzo, aliento, vigor‘). En este caso, sin embargo, parece venir en ayuda del sufrido hablante el avance de la XXIII edición del diccionario académico, que trae como 1.ª acepción el esperado ‘Cualidad de valiente‘. Vamos, pues, a ver qué nos depara este último adjetivo.

Valiente: La edición vigente, en su 2.º acepción, registra ‘Esforzado, animoso y de valor. U. t. c. s.’. Y aquí también, como en el caso de valor, conviene tomar nota de otra acepción, en este caso no abiertamente peyorativa, sino irónica: ‘Grande y excesivo. U. m. en sent. irón. ¡Valiente amigo tienes!’. También respecto a este adjetivo  parece venir en nuestra ayuda el avance de la próxima edición, que incluye, igualmente como 2.ª acepción, la siguiente: ‘Dicho de una persona: Capaz de acometer una empresa arriesgada a pesar del peligro y el posible temor que suscita. U. t. c. s.’.  

Como se verá, en esta última acepción de valiente están presentes prácticamente los mismos elementos que en la de valor antes citada: empresa y peligro. La conclusión lógica, con el DRAE en la mano, es que valor/valentía y valeroso/valiente son parejas de términos prácticamente sinonímicos, cuyo uso por parte del hablante dependerá fundamentalmente de variables como la evitación de las posibles ambigüedades a las que, en determinados contextos, pueden dar lugar, como se ha visto, tanto valor como valiente.

Personalmente, estimamos que, en el uso que de ellos suele hacerse, valeroso/valentía tienen un componente mayor de arrojo y de gallardía, por lo que resultan más adecuados para denotar el valor guerrero o afín a éste, mientras que valiente/valor pueden guardar más referencia con el impulso moral, cívico, etcétera. Pero se trata, en todo caso y a nuestro parecer, de matices muy sutiles y que, como tales, el hablante aplica, en la mayoría de las veces, a su libre albedrío. Razón de más para quedar abiertos, a este respecto, al mejor criterio de nuestros lectores, si es que han tenido el valor suficiente para seguirnos hasta aquí.

Pablo Herrero Hernández

¿Un uso de «anecdótico» no tan anecdótico?

Hace unos días, mientras rellenábamos un formulario en una delegación de Hacienda, tuvimos ocasión de oír un retazo de conversación entre la funcionaria que atendía en la ventanilla y un colega suyo. Hablaba la primera de su sorpresa al descubrir que unos vecinos de los que hasta entonces no tenía demasiado buena opinión se dedicaban a atender a personas en dificultad, y confesaba que dicha dedicación le parecía realmente algo «anecdótico».

Nos pareció raro que eligiese precisamente este adjetivo para subrayar su aprobación de ese hecho hasta entonces desconocido por ella y la importancia del mismo para hacerle cambiar su opinión anterior: para nosotros, el adjetivo anecdótico —aparte de su acepción literal (única que trae el en muchos casos perezoso DRAE) de ‘perteneciente o relativo a la anécdota’, muy poco empleada, por cierto— es sinónimo de irrelevante, secundario, episódico, etcétera, y no, desde luego, de emblemático, sintomático, representativo, ni mucho menos de loable, meritorio o plausible; se deriva este significado, en efecto, de la acepción de anécdota como ‘suceso circunstancial o irrelevante’ (4.ª acepción actual y 3.ª en el avance de la XXIII edición del DRAE).

Nuestro diagnóstico de urgencia —valga la expresión— fue que la funcionaria en cuestión consideraba, efectivamente, anecdótico como sinónimo de determinanterelevante, ignoramos sobre qué base. Y lo creímos, siguiendo con la metáfora médica, un caso aislado hasta que hace unos días volvimos a oírlo en una conversación empleado con ese mismo significado, a todas luces erróneo. ¿Se tratará tal vez de una epidemia en absoluto anecdótica?

Pablo Herrero Hernández